Escribe:
Gerardo Alcántara Salazar
Doctor de la Universidad de Buenos Aires
Catedrático de la Facultad de Derecho y Ciencia Política de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos
A
fines de la década de 1980, en la campaña electoral para cubrir la
plaza de presidente de la República del Perú, como si la noche lo
expulsara desde sus entrañas hasta a un gran plano general de la escena
política, un ser en apariencia anodino, conduciendo un viejo tractor,
fue delineando su figura como ayudado por un mágico zoom, y más allá de
toda conjetura terminó ganando las elecciones a una celebridad de la
literatura universal, nada menos que al escritor Mario Vargas Llosa,
Premio Nobel de Literatura del 2010 y pocos años después, en la misma
década de 1990, a Javier Pérez de Cuellar, ex Secretario General de las
Naciones Unidas, convirtiéndose en paradigma de múltiples sujetos
audaces que creen que alcanzar la presidencia del país es lo mismo que
comprar el número premiado de la lotería.
Saltó a la presidencia del Perú, cuando en el país centelleaba la más
extraña danza satánica: precios que subían minuto a minuto y sueldos que
se precipitaban al abismo sin fondo, por una hiperinflación desbocada e
incontrolable. Perú había sido declarado “inelegible” por los
organismos calificadores de riesgo, con una deuda internacional
impagable, balanza comercial negativa, cuentas del estado en rojo,
contrabando sobredimensionado, precios prohibitivos con mercado cautivo
en beneficio de empresarios a quienes había que comprarles productos de
pésima calidad y altos precios por capricho del gobierno. Las empresas
públicas, convertidas en chatarra ─tras décadas sin innovación
tecnológica y personal en volumen sobredimensionado─ vomitaban quiebras
por miles de millones de dólares. Los partidos políticos estaban en
bancarrota, los poderes del estado con valor deteriorado. La economía
era truculenta con los dólares MUC y el control de precios alimentaba un
insaciable mercado negro.
Perú
era el perfecto paraíso para criminales que se autoproclamaban
salvadores del pueblo y se atribuían el derecho de matar y poner
dinamita en la boca del cadáver para hacerlo volar en miríadas de
partículas, como hicieron con María Elena Moyano, una lideresa del
populoso distrito Villa Salvador, levantado en un arenal desértico, con
sangre, sudor y lágrimas. Nunca el terrorismo tuvo mejor caldo de
cultivo. Las bandas terroristas se multiplican en la miseria, pululan en
la miseria y reclaman miseria, porque odian el bienestar ajeno y se
regodean en la indigencia de los demás, realimentándola y boicoteando
cualquier obra pública, bombardeando torres eléctricas, paralizando
fábricas y pequeños negocios, sembrando tinieblas, dinamitando
carreteras, asesinando líderes campesinos que se niegan a seguirlos y
secuestraban niños para convertirlos en genocidas.
Ese era el escenario, cuando en 1990 Fujimori entró a gobernar. En
1992 el Coronel PNP Benedicto Jiménez y el general Ketín Vidal le
entregaron como presente al autodenominado Presidente Gonzalo y la
cúpula de Sendero Luminoso, capturado en base a inteligencia y en
estricto cumplimiento de las normas legales.
Para fines de 1999, las
acciones terroristas, sus asesinatos, casi habían desaparecido por
completo. Pero el Grupo militar de aniquilamiento conocido como “Grupo
Colina” cometió delitos de lesa humanidad contra nueve estudiantes y un
catedrático de La Cantuta y quince personas de los Barrios Altos, entre
adultos y niños, especulando que ellos habrían incendiado el edificio
multifamiliar del jirón Tarata de Miraflores. Por eso Fujimori,
considerado “autor mediato”, está preso.
La
lucha contra el terrorismo, dio lugar para que se repita, sin tregua,
de manera ininterrumpida, como leit motiv, que Fujimori no ha hecho
otra cosa y de modo exclusivo, que violar los derechos humanos,
fomentando ─en contraste─ la idea de que los terroristas son querubines
justicieros, vilmente derrotados, logrando convertirlos en víctimas.
Y
esta historia ya tiene más de veinte años, confundiendo a los
organismos internacionales y por poco al Premio Nobel de la Paz Adolfo
Pérez Esquivel y sobre todo a los jóvenes peruanos.
Se
viene satanizado tanto el combate al terrorismo, dando lugar, a que
ahora, los héroes de Chavín de Huantar, se encuentren al borde de una
cárcel perpetua, luego de que en una operación ejemplar, admirada en el
mundo, salvaran la vida de setenta y dos prisioneros del MRTA.
ONGs
financiadas con millonarias respaldos extranjeros defienden a ultranza
los derechos humanos de los terroristas, jamás de los policías
ametrallados, por el sólo hecho de ser policías, ni de las decenas de
miles de indefensos campesinos, como tampoco de los ancianos y niños que
volaron en fragmentos al pasar junto a una estación de gasolina que los
terroristas dinamitaban, diciendo ─performativamente─ que sus víctimas,
no son seres humanos, ni tienen derechos fundamentales.
En
este contexto, Sendero Luminoso, con la careta de MOVADEF se ha puesto
nuevamente a la ofensiva, proclamándose
marxistas-leninistas-maoístas-pensamiento Gonzalo, o lo que es lo mismo,
alertando, que se están organizando para practicar el terror, el manjar
que más deleite le produce al “Presidente Gonzalo”, y ahora mismo se
infiltran en los movimientos sociales y ya vienen dinamitando edificios
públicos. Y otros terroristas camuflados en la floresta del Amazonas,
respaldan a los traficantes de cocaína y asesinan a mansalva, sin debido
proceso, ni respeto a los derechos fundamentales, a jóvenes miembros de
la policía que persiguen al narcoterrorismo, para quienes no hay ONGs,
ni organismos internacionales de derechos humanos.
¿Será
posible enfrentar la dinamita con guantes blancos y jueces que se
resisten a aplicar la o ley, obligando a que designen jueces sin rostro?
¿O nos rebelamos contra los políticos maquiavélicos y evitamos que el
confusionismo capitalice el espíritu vehemente de los jóvenes y MOVADEF
los enrole en sus filas?
Las
cosas están ya muy claras. El terrorismo odia al estado burgués y
consideran al derecho la superestructura que garantiza la estabilidad
del estado, pero lo usan en defensa de los “derechos fundamentales” de
los terroristas, pidiendo prisión perpetua y el apoyo de los organismos
internacionales contra quienes osen enfrentar al terrorismo sin guantes
blancos y no solamente con el pétalo de una rosa.
Felizmente
el rector de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos ha encabezado
una marcha de protesta contra MOVADEF y el Dr. Antonio Díaz Saucedo,
Rector de la Universidad Nacional de Educación “Enrique Guzmán y
Valle”(lo mismo que su antecesor, Dr. Juan Tutuy Aspauza) viene
cambiando a esa universidad que era una especie de cuartel general del
terrorismo y en el parlamento se ha pronunciado contra ese movimiento, a
diferencia de rectores de épocas anteriores que hasta negociaban con
ellos. Esperamos que esta los “grupos de izquierda “no solamente no
apoyen al terrorismo, sino que no le hagan el juego armando conflictos
con la intención de legitimarse. Cualquier movimiento de este tipo será
capitalizado por MOVADEF, la fachada de Sendero Luminoso, como viene
evidenciándose en cuanta movilización social se realiza ahora en el
Perú.
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