Carlos empezó a despertar, uno a uno, a los
alumnos más caracterizados de la promoción. Teófilo despierta, Juan despierta….
y así, cinco de ellos amodorrados aún por el pesado sueño en una noche fría y
sin luna, arrastrando sus pies como fantasmales figuras, se reunieron al
costado del camarote del cholo “Monoyama” (mitad negro, mitad llama), quien
fastidiado por el murmullo de sus voces, torció la boca y se volteó jalando la
frazada para abrigarse mejor. El servicio de imaginaria a una indicación de su
brigadier se dirigió a la puerta para vigilar el largo corredor apenas
alumbrado por la tenue luz que despedía una desgastada lámpara petromax, para
evitar ser sorprendidos en pleno conciliábulo.
“Tiene que ser mañana”, dijo Teófilo. Agregó “ hoy
está de servicio el miserable del Teniente Camargo y con toda seguridad nuestra
demanda le acarreará más de una sanción y antecedentes negativos en su foja de
servicio, por falta de control, carácter y capacidad para enfrentar situaciones
de conflicto”
¡Que se joda!, susurró con energía el “charapa”
Mendoza
Sí, ¡que se joda! manifestaron los demás al
unísono, sumando sus voces apagadas.
Rompiendo el silencio nocturno el ruido del motor
de un vehículo que parecía estacionarse frente al portón de la Av. Los Incas
los sobresaltó. El “charapa” más ágil que los demás y acostumbrado a trepar
árboles en su natal oriente, se aupó a la pared y a través del vidrio confirmó
las sospechas. “Es el maldito del Teniente Camargo con su viejo Ford” espetó.
“Bien, entonces está decidido, seremos parte de la
historia Enipita” dijo Teófilo, el brigadier general y más antiguo de su
promoción.
Juan intervino: “Todos nosotros debemos correr la
voz en nuestras respectivas secciones. No debe ser una actuación de conjunto
porque sería tomada como un motín y un acto de rebeldía que podría acarrear
penosas consecuencias para el batallón, pero sí, en el momento oportuno tenemos
que apoyar la decisión que adopte nuestro representante. Cuidado con los
traidores que nunca faltan. Mucha cautela para no pisar en falso y que el plan
aborte”. Los circunstantes asintieron con un movimiento del mentón. Lentamente
volvieron a sus respectivos camarotes.
Todos ellos eran conscientes que su determinación
marcaría una etapa histórica en la vida académica de la antigua Escuela
Nacional de Policía y que se jugaban su futuro profesional, puesto que si no se
conducía el movimiento de una manera adecuada, firme pero ordenada, serían
objeto de severísimas sanciones que podrían culminar con su expulsión desdorosa
del centro de estudios policiales debido a su condición de dirigentes de la
justa demanda reivindicatoria. Así, orillando pensamientos inquietantes…, pero
convencidos de que su acción reclamante era necesaria para cesar de una vez y
para siempre las postergaciones y los arbitrariedades de que eran objeto todos
los días ellos y sus compañeros por el solo hecho de pertenecer al Cuerpo de
Investigación y Vigilancia, que en ese entonces preparaba sus oficiales de
investigaciones en una Sección de la Escuela Nacional de Policía, alma máter de
la Guardia Civil;… lentamente fueron acogidos por un sueño profundo que
presagiaba momentos de gloriosa recordación intemporal para los miembros del
CIV y de la futura Policía de Investigaciones del Perú.
A mitad de la jornada del mismo día de Mayo y continuando con la rutina,
los Cadetes de la Guardia Civil empezaron a desfilar con dirección al salón de
comidas, desde los años más avanzados hasta los rezagados de la última sección.
Los Técnicos y alumnos de la Escuela de Detectives del Cuerpo de Investigación
y Vigilancia seguían formados esperando que los señores cadetes GC terminaran
su rancho para que recién el primer alumno del cuarto año de la Escuela del CIV
pudiera disponer que sus compañeros y subalternos pasaran a tomar sus alimentos
al tradicional comedor.
Estando en su interior, el Brigadier General, Técnico Teófilo Aliaga
Salazar, tiró la charola con fuerza sobre el lustroso piso diciendo con
estentórea y emocionada voz, que se escuchó hasta la última mesa del recinto:
“Esto es una afrenta y no la vamos a tolerar más. Esto se acabó”
Julio, su compañero de clase y uno de sus amigos
más cercanos lo vio y quiso acercársele para apoyar su gesto. En ese momento
entró al recinto el desgraciado del Teniente Camargo. Julio retrocedió y volvió
a su lugar.
¡Que pasa aquí, carajo! ¡Brigadier Aliaga! ¿ quién
ha tirado la charola al piso?. Antes de que el aludido contestara agregó: al
pobre diablo que lo haya hecho lo voy a desmierdar, ¡por la gran puta! ¡ qué se
habrá creído!.
Teófilo impasible escuchó la insultante y blasfema
amenaza. Miró lentamente a su alrededor y advirtió que todos los
técnicos-alumnos tenían puesta la vista sobre él. Era el momento que habían
esperado durante mucho tiempo. No podía dejar pasar la oportunidad; además, él
no le tenía ningún tipo de temor al increpante, a quien desde el primer día que
lo conoció lo distinguió como un oficial abusivo y prepotente y muchos eran los
alumnos de la Escuela Nacional de Policía, especialmente sus compañeros de la
Escuela de Detectives y de Auxiliares del Cuerpo de Investigación y Vigilancia
que habían sufrido vejámenes y excesos de su parte. Sintió como la sangre
encendía su rostro y sus manos se crispaban de indignación. Se levantó de la
mesa y adoptó la posición de atención. El Teniente Camargo se puso a un costado
de él y con mirada desafiante y gesto altanero volvió a preguntarle en voz
alta, con un tono ofensivamente ruidoso y ronco: ¡ Quién!, ¡dígame Quién! .
Teófilo tomó aire y con voz enérgica y clara le
contestó: ¡Yo!, Teniente Camargo, he sido yo, quien lanzó la charola al piso, y
lo hice porque como Brigadier y primer alumno de la Escuela de Detectives,
tengo la obligación moral de protestar por la discriminación y el rezago que
venimos padeciendo durante muchos años los técnicos y alumnos de esta Escuela.
El Teniente Camargo se puso verde de cólera y sus
ojos parecían salirse de sus órbitas de pura ofuscación. ¿Está usted loco,
Brigadier Aliaga?, usted sabe que esta acción tiene un nombre, esto se llama
insubordinación y es un evidente acto de indisciplina. Le ordeno que
inmediatamente recoja la charola del piso y la ponga sobre la mesa.
Teófilo giró en dirección del oficial y estando frente a él, le dijo con
digna mirada: “No lo haré, es más, tampoco tengo la obligación de obedecerle.
Usted es un oficial instructor perteneciente a la Guardia Civil y yo un Cadete
de la escuela de detectives; nosotros, por línea de comando, tenemos el derecho
de tener como instructores a oficiales de nuestro propio Cuerpo de Investigación
y Vigilancia.
En ese momento, todos los técnicos y alumnos
detectives empezaron a golpear las ollas soperas con las cucharas, provocando
un ruido monocorde, estruendoso y desagradable. El Teniente Camargo viendo que
la situación se estaba volviendo peligrosamente tensa optó por abandonar el
lugar, no sin antes amenazar a Teófilo con darle de baja y ordenarle que se
presentase inmediatamente ante la dirección de la escuela.
Teófilo fue rodeado por sus compañeros de promoción quienes le hicieron
saber su apoyo incondicional. Nuevamente tomó el mando y ordenó: ¡Hoy, nadie
come!. Uniendo la acción a la palabra vertió el contenido de su charola al
interior del recipiente sopero. Dio media vuelta y salió. El conjunto de
Técnicos y alumnos imitaron el claro mensaje de la protesta. Las abolladas
ollas se llenaron de comida. Se escuchó entonces un aplauso, luego otro y otro,
finalmente todos los presentes batieron palmas. Nunca antes se habían sentido
tan dignos y orgullosos. Se levantaron de sus sillas y ordenadamente y en
silencio salieron los altivos pero frustrados comensales en dirección a sus
cuadras.
Mientras tanto el Teniente Camargo se dirigió a la
Dirección de la escuela en busca del director, el Gral GC Luís Rizzo Patrón
Lembeck y estando en su presencia le narró detalladamente los pormenores de la
conducta del brigadier Aliaga, agregando algunas señas de su invención con un
deshonroso ánimo difamatorio. El alto oficial carraspeó y dispuso que los
integrantes del ente consultivo de la Escuela se presentasen a su Despacho.
Estando reunidos trataron el tema y concluyeron que dadas las circunstancias lo
más conveniente sería desalojar a los indisciplinados y que fueran a cualquier
lugar lejos de la Escuela Nacional de Policía.
El día 21 de mayo de 1,957, entre risas, lágrimas y algarabía juvenil
los alumnos de las Escuelas de Detectives y de Auxiliares de Investigaciones
del CIV esforzadamente iniciaron la mudanza. Al fin podrían ostentar con
orgullo el título de Cadetes, que en la Escuela Nacional de Policía estaba
reservado para los Guardias Civiles. Desde la reforma policial de 1922 los
alumnos de la Escuela de Detectives del CIV no estaban considerados como
Cadetes sino como Técnicos-Alumnos. Ese mismo día se instalaron en su propia
Escuela de detectives y de Auxiliares de Investigaciones que en conjunto
formaron la Escuela Nacional de Investigación Policial (ENIP), funcionando
dicha escuela en un local situado en la Avenida México del distrito de la
Victoria, frente a la G.U. E. Pedro A. Labarthe. y que años después cedería al
Instituto Pedagógico Nacional; cuando los miembros del CIV donaron su sueldo de
un mes y construyeron con sus manos y sus propios sudores, con estoicismo y
plausible civismo, pletóricos de amor institucional, su nuevo local ubicado en
la Avenida Aramburú Nº 550 en el distrito de Surquillo, el mismo que fuera
inaugurado el 5 de Abril de 1962 con el nombre de Centro de instrucción de la
Policía de Investigaciones del Perú (CIPIP). Esta fue la culminación de un
viejo anhelo y un necesario corolario a la nueva denominación del CIV que el 3
de Junio de 1960, después de aprobarse su nuevo Reglamento General, viera
cambiar su nombre por el de "Policía de Investigaciones del Perú"
(P.I.P.)..
Luego de una semana de ocurridos los hechos, el
Cadete CIV Teófilo Aliaga Salazar (TAS) abandonaba el oscuro calabozo de la
Escuela Nacional de Policía, luego de cumplir una abusiva sanción por ser
considerado el gestor y ejecutor del trascendente motín. TAS con su frazada
bajo el brazo volvió su mirada y leyó en la sucia pared de la fría mazmorra,
por última vez, aquel escrito lleno de sabiduría y protesta : “ Sólo tienen el
desolado privilegio de no haber errado jamás, los que nunca han hecho nada”.
Cruzó los añosos pasillos de la vieja escuela, bajo las sombras fugaces
abortadas por los viejos artesonados de sus techumbres. Lentamente avanzó hasta
el ambiente del servicio de centinelas, notando que ocho elegantes cadetes GC,
vistosamente ataviados, estaban formados en fila con sus máuser original
peruano en posición de descanso.
Al verlo, los jóvenes lo reconocieron y sin
mediar orden alguna se pusieron en atención y levantando sus viejos fusiles le
presentaron armas. TAS siempre con la mirada en alto saludó el gesto y gruesas
lágrimas de joven león humedecieron sus mejillas.
F I N
El honor, la justa aspiración y el orgullo transparente y puro de los
jóvenes Cadetes de la Escuela de Detectives y de Auxiliares del Cuerpo de
Investigación y Vigilancia, finalmente, habían vencido a la soberbia, la
intolerancia y el abuso.
En Chorrillos, un 2 de Mayo del 2012
“CORVINO”
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